lunes, 26 de diciembre de 2016

La superficie

Cada vez que alguien nuevo entra a nuestras vidas, vamos aventurándonos (sin darnos cuenta), con cobardía; no lo digo por el temor o las reservas que se hacen presentes al inicio, sino, por el contrario, a aquella que se establece una vez que ya existe "confianza", término al que recurrimos para designar el conocimiento que creemos tener, y nos basta, del otro, cuando esto, muchas veces, apenas es una percepción bastante superficial.

Con esto no quiero decir que se deba estar en un constante estado de alerta, a la defensiva lo llaman algunos, es mejor mostrar mesura, cautela, pues cuando las "traiciones" se presentan, es fácil apegarse al papel de sufridas víctimas, nos es díficil reconocer la existencia de un actor y un receptor: la culpa, aunque desigual (aclarando que esto es en cuanto compete a creer en alguien más), habrá de compartirse.

Pero, ¿por qué?, sencillo, porque hay un punto en el que nos basta la infomración que hemos conseguido obtener, nos sentimos tan cómodos que ya no creemos necesario cavar más profundo (¡cuándo realmente ni siquiera hemos pasado de la superficie!), y de hallar alguna novedad, será solo circunstancial; es a partir de éste punto que nos volvemos apáticos.

La ausencia de curiosidad, la indiferencia que dejamos nos envuelva, ¿es una elección voluntaria o acaso, inconscientemente, nos detenemos, pues nos paraliza la idea de encontrar algo desagradable?, ¿por qué nuestro primer pensamiento suele tender a lo negativo?

¿A qué tipo de relaciones aspiramos?, ¿cuál es el límite de nuestra tolerancia?

A menudo, como el planeta mismo y otros misterios del universo, la superficie es hermosa, pero insignificante, hace las veces de una contraportada, nos da la idea general, nunca perfecta pero lo suficiente para intentar seducirnos, sin embargo, según la interpretemos, cabe la posibilidad de caer en un error; y en el resto cuya superficie parece no decir nada, al retirar el manto protector, hallamos algo cuya belleza puede no radique en los cánones establecidos, sino en una, inicialmente, incomprensible pero admirable complejidad.

Así que, quitémonos esperanzas y miedos, vayamos sin esperar nada, dejemos que lo que sea que hallemos mientras cavamos, hable por sí mismo, restituyamos el verdadero valor de "conocer".




© A. Zante 2016